Salón de los Graznidos del abyecto Zepporro
Plaza de la Abogada Ascensión Xirivella. La multitud llena el lugar a excepción de un estrecho pasillo que protege la Guardia Civil Zurda. En las esquinas de la plaza se queman viejas banderas con el escudo de Zepporro: una caca sobre fondo rojiblanco. Filaes de comparsas moras y sus respectivas bandas de música, bien provistas de timbales y trompetas, bellas patinadoras de inverosímiles piruetas ingrávidas, colegialas nínfulas de todas las Escuelas Públicas del Estado Medusiano con carpetas en el pecho, rosas en la cara y falditas plisadas de cuadros escoceses, camareros finalistas de las carreras-con-bandeja y bailarinas cariocas con frutales tocados abren paso al Seat Arosa descapotable del Presidente, que conduce Diga la Única, y en cuyo asiento trasero, Tomoya I y Torrija Zen, dialogan, comen pipas y saludan a los ciudadanos liberados.
TORRIJA: ¿Acaso duerme el músculo?
TOMOYA I: El músculo de la República es insomne y siempre está presto a propagar la felicidad de nuestro Estado de Bien Estar y Mejor Aparentar.
TORRIJA: ¡Qué desnutridos los tenía el vesánico Zepporro! ¡Qué arquitectura infecta han tenido que sufrir! Fíjate, Presidente, en ese horrible mamotreto de trencadís que representa una descomunal mandíbula rojiblanca. ¡Qué felices se les ve destrozándolo!
DIGA LA ÚNICA (girándose): No olvidéis saludar con vuestras manitas, calva una, pilosa la otra, a estas buenas gentes que os quieren. ¿Paro un instante y besáis unos niños?
TOMOYA I: Sin duda, sí. Aproximadme éste que se le ve limpio (señala un niño de entre los muchos que le son ofrecidos, le besa en la frente y lo alza graciosamente al cielo). Pequeño, juro ante tus progenitores, vecinos y conciudadanos, que nunca más estarás desnutrido, que la señal de la muy educativa Televisión Republicana llegará sin interferencias a tu hogar que dispondrá, como el de todos los ciudadanos de la República, de piscina olímpica cubierta, spa, mesa de billar y mueble-bar estilo fifties, y que tu adolescencia nunca será difícil pues las roscas estarán aseguradas por nuestra Administración y los granos perfectamente tratados por los gabinetes de estética medusianos.
(Ovación máxima)
TOMOYA I: ¡Ciudadanos de la República! ¡La pesadilla zeporriana máxima ha sido expulsada de estas tierras! ¡No más abdominales al mediodía! ¡No más pantallas gigantes retransmitiendo incansablemente las canciones balcánicas de Eurovisión! (Sin poder contener las lágrimas, el puño crispado) ¿Cómo? ¿Cómo habéis podido soportar tanto horror? ¿Cómo no vinimos antes a liberaros de este régimen norcoreano?
(Ovación recontramáxima)
TOMOYA I: (Sentándose de nuevo en el Arosa y enjugándose las lágrimas) Hemos sido blandos, Torrija Zen, hemos sido injustos abandonando a esta gente. Se me parte la sínfisis del púbis. No podemos permitir una nueva zeporrización en nuestra playa de la Malvarrosa... (Gritando y algo sobreactuado) ¡Cruel Zepporro, viejo loco vanidoso, girarás y girarás en la infernal rueda eterna de la soberbia cochina!
TORRIJA (ráscandose el cuello): Y yo lo veré, por estar siempre palote, mientras me asfixio eternamente en azufre y gasolina. Maldita sea mi estampa y benditas las minifaldas todas, también, si me lo permite, la suya, Presidenta Diga.
DIGA LA ÚNICA (frenando el Arosa ante la puerta de lo que fue hogar de Zepporro Máximo): Permitido le es el piropo, adulador diplomático, mas no le es necesario regalar nuestros oídos pues bien sabe que el Presidente le tiene un aprecio sin fisuras y sin sensatez. Amado mío, love me forever, ya me cansa tanta vuelta y griterío, tanto pétalo de alcachofa. Quizás fuese llegado el momento de mostrarnos en el balcón de la que fue morada del desleal Zepporro y traer ilusión a nuestros hambrientos conciudadanos.
TOMOYA I (incorporándose y saludando a los ciudadanos): Dices bien, Diga. Bien se dice que Diga siempre dice lo que decir toca y bien dicho lo dice Diga. Dejemos aquí nuestro Arosa, the Earth Force One, que con tanto giro a la plaza la carrera de camareros anda desnortada y temo por sus sifones de agua de seltz.
TORRIJA (cerrando la puerta con gesto aburrido): ¿Y dices que el Señor del Sie7e, tu alucinado cuñado, piensa visitar la Malvarrosa en día-de-no-fritanga para beber una Franciskaner con Zepporro y recoger información de su afeminado espía?
TOMOYA I (repentinamente alterado): ¡Así es y se me revuelve la nuez al imaginar tanta hez en la playa donde jugó mi niñez!
TORRIJA: ¡Pardiez!
TOMOYA I (girándose bruscamente y señalando con el índice al Embajador): ¡Vas a ir allí, Embajador Torrija! Así lo tengo decidido. Les llevarás unas onion-bahji en señal de buena voluntad y acordarás las condiciones para disputar un partido de tenis-plahia en el pequeño maracaná que el cetrino ha construido en la Malvarrosa, una partida de póker en el Cráneo de Ymir, una de petanca en esta recuperada Plaza de Ascensión Xirivella, una de parchís en el Café Polícromo de la Plaza del Cerdo y otra de pistolas-láser en el Centro Comercial Lumièrópolis que la malvada Mandíbula calculó y mancilló de modo innombrable. Quien gane la competición, o sea yo, continuará en su puesto de Presidente y los otros dos, hermanados y olvidadas rencillas pretéritas, formarán parte de mi Consejo De No Tan Sabios y Sí Un Poco Cretinos (el CDNTSYSUPC) o serán enviados a una remota delegación diplomática.
DIGA LA ÚNICA (sensata): ¡Tente, amado! Recuerda que tu juego tenístico es bello pero improductivo, que la ludopatía con los naipes te ofusca el entendimiento, que si este barbudo diplomático se cruza con buena moza no vuelve y que no sería la primera vez que hay que montar un gran despliegue militar por su incontinencia verbal y seminal.
TOMOYA I (meditabajo y cabizbundo): Diga dice bien probablemente. Pero la situación se enquista y aburre. Yo quiero mi playa, me duelen mucho los tendones, hay previsto un Campeonato Europeo Universitario de Voley-Playa y no me conformo, no, no me conformo.
Plaza de la Abogada Ascensión Xirivella. La multitud llena el lugar a excepción de un estrecho pasillo que protege la Guardia Civil Zurda. En las esquinas de la plaza se queman viejas banderas con el escudo de Zepporro: una caca sobre fondo rojiblanco. Filaes de comparsas moras y sus respectivas bandas de música, bien provistas de timbales y trompetas, bellas patinadoras de inverosímiles piruetas ingrávidas, colegialas nínfulas de todas las Escuelas Públicas del Estado Medusiano con carpetas en el pecho, rosas en la cara y falditas plisadas de cuadros escoceses, camareros finalistas de las carreras-con-bandeja y bailarinas cariocas con frutales tocados abren paso al Seat Arosa descapotable del Presidente, que conduce Diga la Única, y en cuyo asiento trasero, Tomoya I y Torrija Zen, dialogan, comen pipas y saludan a los ciudadanos liberados.
TORRIJA: ¿Acaso duerme el músculo?
TOMOYA I: El músculo de la República es insomne y siempre está presto a propagar la felicidad de nuestro Estado de Bien Estar y Mejor Aparentar.
TORRIJA: ¡Qué desnutridos los tenía el vesánico Zepporro! ¡Qué arquitectura infecta han tenido que sufrir! Fíjate, Presidente, en ese horrible mamotreto de trencadís que representa una descomunal mandíbula rojiblanca. ¡Qué felices se les ve destrozándolo!
DIGA LA ÚNICA (girándose): No olvidéis saludar con vuestras manitas, calva una, pilosa la otra, a estas buenas gentes que os quieren. ¿Paro un instante y besáis unos niños?
TOMOYA I: Sin duda, sí. Aproximadme éste que se le ve limpio (señala un niño de entre los muchos que le son ofrecidos, le besa en la frente y lo alza graciosamente al cielo). Pequeño, juro ante tus progenitores, vecinos y conciudadanos, que nunca más estarás desnutrido, que la señal de la muy educativa Televisión Republicana llegará sin interferencias a tu hogar que dispondrá, como el de todos los ciudadanos de la República, de piscina olímpica cubierta, spa, mesa de billar y mueble-bar estilo fifties, y que tu adolescencia nunca será difícil pues las roscas estarán aseguradas por nuestra Administración y los granos perfectamente tratados por los gabinetes de estética medusianos.
(Ovación máxima)
TOMOYA I: ¡Ciudadanos de la República! ¡La pesadilla zeporriana máxima ha sido expulsada de estas tierras! ¡No más abdominales al mediodía! ¡No más pantallas gigantes retransmitiendo incansablemente las canciones balcánicas de Eurovisión! (Sin poder contener las lágrimas, el puño crispado) ¿Cómo? ¿Cómo habéis podido soportar tanto horror? ¿Cómo no vinimos antes a liberaros de este régimen norcoreano?
(Ovación recontramáxima)
TOMOYA I: (Sentándose de nuevo en el Arosa y enjugándose las lágrimas) Hemos sido blandos, Torrija Zen, hemos sido injustos abandonando a esta gente. Se me parte la sínfisis del púbis. No podemos permitir una nueva zeporrización en nuestra playa de la Malvarrosa... (Gritando y algo sobreactuado) ¡Cruel Zepporro, viejo loco vanidoso, girarás y girarás en la infernal rueda eterna de la soberbia cochina!
TORRIJA (ráscandose el cuello): Y yo lo veré, por estar siempre palote, mientras me asfixio eternamente en azufre y gasolina. Maldita sea mi estampa y benditas las minifaldas todas, también, si me lo permite, la suya, Presidenta Diga.
DIGA LA ÚNICA (frenando el Arosa ante la puerta de lo que fue hogar de Zepporro Máximo): Permitido le es el piropo, adulador diplomático, mas no le es necesario regalar nuestros oídos pues bien sabe que el Presidente le tiene un aprecio sin fisuras y sin sensatez. Amado mío, love me forever, ya me cansa tanta vuelta y griterío, tanto pétalo de alcachofa. Quizás fuese llegado el momento de mostrarnos en el balcón de la que fue morada del desleal Zepporro y traer ilusión a nuestros hambrientos conciudadanos.
TOMOYA I (incorporándose y saludando a los ciudadanos): Dices bien, Diga. Bien se dice que Diga siempre dice lo que decir toca y bien dicho lo dice Diga. Dejemos aquí nuestro Arosa, the Earth Force One, que con tanto giro a la plaza la carrera de camareros anda desnortada y temo por sus sifones de agua de seltz.
TORRIJA (cerrando la puerta con gesto aburrido): ¿Y dices que el Señor del Sie7e, tu alucinado cuñado, piensa visitar la Malvarrosa en día-de-no-fritanga para beber una Franciskaner con Zepporro y recoger información de su afeminado espía?
TOMOYA I (repentinamente alterado): ¡Así es y se me revuelve la nuez al imaginar tanta hez en la playa donde jugó mi niñez!
TORRIJA: ¡Pardiez!
TOMOYA I (girándose bruscamente y señalando con el índice al Embajador): ¡Vas a ir allí, Embajador Torrija! Así lo tengo decidido. Les llevarás unas onion-bahji en señal de buena voluntad y acordarás las condiciones para disputar un partido de tenis-plahia en el pequeño maracaná que el cetrino ha construido en la Malvarrosa, una partida de póker en el Cráneo de Ymir, una de petanca en esta recuperada Plaza de Ascensión Xirivella, una de parchís en el Café Polícromo de la Plaza del Cerdo y otra de pistolas-láser en el Centro Comercial Lumièrópolis que la malvada Mandíbula calculó y mancilló de modo innombrable. Quien gane la competición, o sea yo, continuará en su puesto de Presidente y los otros dos, hermanados y olvidadas rencillas pretéritas, formarán parte de mi Consejo De No Tan Sabios y Sí Un Poco Cretinos (el CDNTSYSUPC) o serán enviados a una remota delegación diplomática.
DIGA LA ÚNICA (sensata): ¡Tente, amado! Recuerda que tu juego tenístico es bello pero improductivo, que la ludopatía con los naipes te ofusca el entendimiento, que si este barbudo diplomático se cruza con buena moza no vuelve y que no sería la primera vez que hay que montar un gran despliegue militar por su incontinencia verbal y seminal.
TOMOYA I (meditabajo y cabizbundo): Diga dice bien probablemente. Pero la situación se enquista y aburre. Yo quiero mi playa, me duelen mucho los tendones, hay previsto un Campeonato Europeo Universitario de Voley-Playa y no me conformo, no, no me conformo.
Tú, Embajador, eres mi galante mimosín y tengo una estúpida fe puesta en ti. Ve, Torrija mía, alado mensajero de curva praxiteliana, amigo de los pulpos, no te cruces con la Srta. Unpajote, lleva mi mensaje a los malevos y sea lo que tenga que ser.
(Tomoya I, Torrija y Diga la única, atravesando ya el salón zepporriano que da paso al balcón de la arenga)
DIGA LA ÚNICA (mirando a su alrededor con un mohín de disgusto): ¡Qué mal gusto! ¿Lo repintaremos, verdad?
TOMOYA I: El embajador de la República en Barcelona, no sé por qué, me ha sugerido un alicatado hasta el techo para este salón, otrora llamado de los Graznidos, pues es donde Zepporro tenía instalado un karaoke con el que torturaba a sus súbditos desde el balcón. Es una petición sorprendente y de dudoso gusto pero ya que no pide demasiado se lo concederé. (Extendiendo someramente un brazo) Abre el balcón, Torrija, que allá voy.
(Ovación de la releche y lluvia de las acostumbradas hortalizas)
TOMOYA I (asomándose y extendiendo ambos brazos): ¡Xirivellenses, qué feo y malo era Zepporro!
(Tomoya I, Torrija y Diga la única, atravesando ya el salón zepporriano que da paso al balcón de la arenga)
DIGA LA ÚNICA (mirando a su alrededor con un mohín de disgusto): ¡Qué mal gusto! ¿Lo repintaremos, verdad?
TOMOYA I: El embajador de la República en Barcelona, no sé por qué, me ha sugerido un alicatado hasta el techo para este salón, otrora llamado de los Graznidos, pues es donde Zepporro tenía instalado un karaoke con el que torturaba a sus súbditos desde el balcón. Es una petición sorprendente y de dudoso gusto pero ya que no pide demasiado se lo concederé. (Extendiendo someramente un brazo) Abre el balcón, Torrija, que allá voy.
(Ovación de la releche y lluvia de las acostumbradas hortalizas)
TOMOYA I (asomándose y extendiendo ambos brazos): ¡Xirivellenses, qué feo y malo era Zepporro!